viernes, 21 de octubre de 2011

Cierto

Así pasan cuando los suceden los hechos acontecidos por el acaecimiento accidental de una vicisitud fortuita en este caósmico discurrir existencial de transfinitas posibilidades...

La fiesta

Y viéndonos a todos arrinconados, con una expresión de terror, el toro detuvo su carrera, nos observó detenidamente haciendo un recorrido de nosotros con sus ojos, y emprendió calmo la retirada un segundo antes de que la bala le atravesara el cráneo...

El tercer cojón

¡Ding dong! Sí, hola vengo a que me castre, ah claro pase, pero espere no me quite los dos sino el tercero, ah muy bien pase por aquí, gracias, le molestan los practicantes, no para nada, ah bueno chicos hoy extirparemos un corazón...

lunes, 10 de octubre de 2011

Aprendizaje

Estoy pensando en tomar un curso de fisioterapia, modalidad virtual...

El asidero

Me niego a creer que haya un dios. Soy una persona racional, tal como lo dice mi horóscopo

La sana distancia fraterna

La próxima vez que una mujer que me guste, se atreva, para calmarme, llamarme hermano, juro, que no dudaré ni un instante, el incestar con ella...

El salto

La conocía de toda la vida.

Fuimos amigos desde siempre.

Sabíamos todo el uno del otro.

Hasta lo más mínimo, lo más vil, lo más insignificante lo conocíamos.

Desde siempre nos amamos, pero lo ocultamos, porque, ustedes saben, a veces se cree que pretender el amor siendo amigos lo arruina todo.

Nos arriesgamos.

Fuimos a un bungee, y en él, hasta arriba tomados de la mano, miramos el más bello atardecer que juntos hubiéramos admirado.

Y me arriesgué, y mientras la sostenía para que la prepararan para el salto, la miré a los ojos y le dije sin preámbulos que la amaba, que nada quería sino estaba a su lado, que por ella moría y que sólo por ella quería vivir...

Vi un poco de miedo, de incertidumbre en sus ojos.

Si algo había ella aprendido a lo largo de su vida es que todo el que te ama siempre se va...

Viéndola así sólo asesté a decirle, con la mirada más cándida que veré jamás reflejada en sus ojos: "Aviéntate".

Lo hizo.

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No regresó.

Aun la espero...

La lección

Soberbio actor (soberbio por sobrado el soberano hijo de puta), José Enrique, había preparado una obra en un solo acto, desarrollado totalmente en el espacio de una calle hacia un balcón imaginario. En esta el representaba a un violinista callejero enamorado de la hija de un aristócrata de rancia familia.

Decía él, en la presentación misma del panfleto adornado con guirnaldas el margen, que esta era una obra con un gran trasfondo crítico, donde se cimentaban casi todas las grandes preguntas que el hombre se había hecho en su tiempo.

Llegado el día del estreno, el teatro abarrotado, clamaba silente por su anfitrión, reconocido actor, escritor y director debutante.

Fueron las tres llamadas y cuando se abrió el telón, se vió al fondo una de las calles más tristes que podrían haber visto en sus vidas.

Calles que para otras personas que no tuvieran el privilegio de estar ahí, llamarían las calles de sus vidas.

José Enrique salió, gallardo, vestido en harapos, con unos zapatos rotos, y un sublime gesto de abandono.

Excelente, pensaron dentro de si el grueso de la gente, al tiempo que recordaba la excelencia misma de sus obras pasadas. Dramas solemnes, dolorosísimos. Dramas que le arrancaban a uno las lágrimas como si fueran cascada y que siempre hacían ver la vida más bella, conocida esta tragedia presentada en el teatro.

Todos pensaron esto, excepto su antiguo maestro, que desde una butaca del final lo observaba.

El que le había enseñado todo, lo miraba con tristeza, por que lo que jamás pudo enseñarle fue gratitud, ya no decir humildad. Y cuando lo vio así en harapos y sosteniendo el estuche de un violín en la mano, supo, dentro suyo, que algo saldría mal, y experimentó una alegría mezquina mezclada de piedad.

José Enrique, se inclinó, colocó una rodilla en el suelo, en su cara un gesto adusto.

Miró al cielo, como buscando una esperanza, y vaya que sabía actuar bien, y luego bajando sus manos al mismo tiempo hacia el estuche, como si con esto fuera a transmitirle magia sagrada y el violín hiciera despertar, las puso en los dos seguros que cerraban el estuche, los levantó y abrió la tapa, al tiempo que en su cara se formaba la sorpresa, el patetismo de aquel que no recordó revisar que el violín se encontrara dentro, miró hacia el público, buscando una esperanza, ahora más inútil que solemne, más perdido que abandonado, y el fondo, en una butaca, vio la cara de su maestro, esos ojos grises, el cabello amarrado de la cola de caballo, y una sonrisa de dientes manchados por el tabaco oculta bajo el bigote francés, y lo supo todo.

Corrió como un enloquecido, como un desesperanzado, y su solemne obra trágica post-existencialista, post-estructuralista, post-simbólista, post-deconstruccionista, se convirtió en la mejor comedia que toda la crema y nata de la sociedad burguesa había conocido a lo largo de su holgada vida, sin saber que había sido improvisada.

Y corriendo de un lado al otro del escenario, tras bambalinas, tropezando torpemente con los tramoyistas, corrió desaforado a su camerino, encontró al violín apostado en su sillón, en el trono de su gloria de rey, y tomandolo con las manos, corrió de vuelta, enloquecido, mientras que la canción que servía de fondo a su opera prima, resonaba en el ámbito total del teatro, casi ensordecida por las risas estridentes.

Y cuando llegó, se postró firme, recuperando su solemnidad, su entereza, su tan reputada integridad escénica, colocó el violín en su clavícula, clavó su barbilla en él, levantó el arco, bajó éste arqueando su brazo en dirección de las cuerdas, para simular la parte de la música que sonaba con la intención de recuperar algo de su dignidad destrozada, ésta última cesó.

Y ridículo, minimizado, fue testigo de la ovación más grande que le habían dado en su vida a cualquier otro artista en la región, iniciada por su maestro que desde el fondo aplaudía, riendo, extasíado.


A pie

Se me fracturó el calcaneo el día que supe que no podía volar...
Desde entonces soy pedestre...